El gato, animal sagrado en el antiguo Egipcio-


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Via losdestructores

"Yo soy el Gran Gato que inauguró el árbol Yeshed en Heliópolis, en aquella noche en que fueron anonadados los enemigos del Dueño del universo..."

Capítulo XVII del Libro de los Muertos.

Entre los numerosos animales domésticos con que contaban los egipcios, merece la pena destacar al gato. Hay bastante polémica sobre su origen, pero todo parece indicar que procedía del Felis silvestris lybica, una especie salvaje del norte de África. Aunque hay restos de un culto religioso a Bastet ya en las primeras dinastías, no será hasta el Imperio Medio (2060-1786) cuando se generalice su representación en las tumbas, y esta situación pervivirá hasta finales del siglo IV d.C. Estas primeras representaciones en el Imperio Medio coinciden con la aparición de las primeras momias de este animal.

La popularidad del gato entre los egipcios se debía principalmente a su eficacia para librar las casas y graneros de roedores y serpientes. Más adelante se usó al gato como auxiliar en las actividades de caza, sobre todo de aves, sustituyendo al perro en estas labores. Esta es una de las capacidades que más llama la atención de los gatos egipcios. Efectivamente, existen varias pinturas murales en tumbas donde se observa al dueño de la misma en compañía de su mujer e hijos, practicando la cacería, actividad a la que eran muy aficionados los miembros de las clases superiores. En estas escenas se ve a la familia sobre una barca que navega entre las matas de papiros. El señor está de pie a punto de lanzar una especie de bumerán, que no es más que un palo curvo que no regresaba, sobre la presa (normalmente ánades). La función del gato es recoger las piezas abatidas y depositarlas en la barca. Este gato amaestrado, que aparece representado sobre todo en el Imperio Nuevo, llama precisamente la atención porque no sabemos cómo los adiestrarían los egipcios para esa función.

El nombre que los egipcios daban al gato era miu, en lo que parece claramente una onomatopeya más que un nombre. Los gatos actuales parecen haber perdido los rasgos característicos de sus antepasados egipcios, aunque el abisinio sigue recordando a las estatuas de Bastet.

Herodoto (484-424 a.C.), historiador griego conocido como el padre de la historia, viajó por Egipto hacia el año 450 a.C., país al que dedica el segundo libro de su obra Historias. En él nos narra con detalles las costumbres del pueblo egipcio, y entre éstas el culto que se rendía a los animales, aunque hay que tener en cuenta que estas costumbres se refieren a la Época Tardía, cuando Egipto estaba en decadencia total y nada o poco tenía que ver con el esplendor de los anteriores siglos. Aún así, es interesante lo que cuenta. Dice Herodoto:

"...la gente de las ciudades ofrecen sacrificios de esta manera: adoran al dios al cual está consagrado el animal, cortan al rape el pelo de los niños, o solamente la mitad o incluso la tercera parte, y el peso en plata del pelo cortado se entrega a la servidumbre del animal en cuestión. Con este dinero se compra el pescado con que se nutre a los animales sagrados.

"Si alguien mata voluntariamente a uno de estos animales es condenado a muerte y si lo hace involuntariamente, paga una multa que fijan en cada caso los sacerdotes...

"Cuando se declara un incendio, es sorprendente lo que sucede con los gatos. La gente se mantiene a cierta distancia cuidando a los gatos y sin preocuparse lo más mínimo de apagar el fuego. Pero los gatos se escurren por entre la gente o saltan sobre sus cabezas y se precipitan en el fuego. Y cuando esto sucede, los egipcios se quedan muy apenados. Cuando en una casa perece un gato de muerte natural, todos sus inquilinos se afeitan las cejas (...). Los gatos muertos se llevan a un lugar sagrado donde son embalsamados y luego se entierran en Bubastis (...)."

Otro autor griego, Diodoro de Sicilia, narra el caso de un soldado romano de las tropas de César, que hacia el año 50 a.C. mató sin querer a un gato. Una multitud furiosa de egipcios linchó al pobre hombre, que no se salvó de la muerte, a pesar del temor que entonces tenían los egipcios hacia los romanos. Ni siquiera le pudieron salvar los emisarios que envió el rey egipcio.


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